EL INFIERNO DEL NORTE, EL CIELO PARA LOS CICLISTAS
Cómo dos palabras se convirtieron en un ícono mundial del ciclismo y logran evocar lo más hermoso, más épico y hasta lo masoquista de este deporte, es una pregunta que aún se hacen los aficionados, es difícil de explicar, pero podriamos iniciar afirmando que afortunadamente a Théo Vienne y Maurice Perez, dos empresarios textiles y del deporte de la ciudad al norte de Francia, Roubaix, se les ocurrió la magnifica idea de que a su velódromo llegaran ciclistas que partieran desde París, una idea contracorriente dado que para la época todas las carreras importantes terminaban en la ciudad luz. Se les ocurrió la París-Roubaix.
Fue en 1896 cuando se corrió por primera vez, 45 corredores se apuntaron a esta nueva competencia con una distancia sensata para la época, 280 km, por carreteras sin pavimentar y algunas con tramos de adoquines, de pavé, que si ahora parecen duros, incluso imposibles de hacer en una bicicleta de ruta no somos capaces de imaginar la dureza de los de aquellos tiempos considerando que aún ni siquiera los cambios existían!
El ciclismo tiene una particularidad dentro de todos los deportes y es que lucha como ningún otro por preservar su legado, su historia, su esencia y esto es especialmente cierto para "La Reina" donde la conservación de cada uno de los sectores de Pavé ha sido una causa de sus organizadores, no muy diferente a los curadores de las obras maestras en un museo. Esto hace muy especial a la París-Roubaix, es una oda al deporte en donde cada secteur es una estrofa que preserva la memoria de los orígenes del ciclismo.
En esta era moderna no muchos corredores que apunten a los grand tours se agendan para el infierno del norte, es muy riesgosa y no se puede poner a la merced de una caída la preparación de una temporada y los objetivos de sus equipos, pero en antaño no siempre fue así, grandes campeones del Tour de Francia, del Giro y la Vuelta corrían La Reina y no había según algunos, una carrera que demostrara la reputación de campeón como la victoria en el Velódromo de Roubaix, desde Maurice Garin, Fausto Coppi, Eddy Merckx, Bernard Hinault y más recientemente Bradley Wiggins.
Los rostros de los corredores al terminar esta clásica de clásicas dicen mucho de lo que fue la aventura, algunas veces cubiertos en barro y tierra, como tambien tan llenos de polvo que apenas se pueden distinguir los ojos y la boca. Así es, un masoquismo sin igual, con una sensación de victoria como ninguna y un adoquín por trofeo.
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De los sectores de Pavé el bosque de Arenberg es uno de los más esperados por los aficionados desde antaño.
Otros sectores incluyen curvas de 90 grados en terrenos con una dificultad técnica altísima, el público siempre se ha reunido para animar a los valientes.
Cuando el polvo se levanta desde la distancia se identifica el pelotón, hay tramos en los que los ciclistas se limitan a seguir la llanta de adelante, porque ver más allá de 2 metros es imposible.
Después de conquistar más de 250 km, casi 60 km de ellos en sectores tormentosos de Pavé los corredores entran al velódromo de Roubaix, 750 metros de gloria.
El vencedor se lleva casa un adoquín, un recuerdo pesado que recuerda la proeza y gloria. Philllipe Gilbert, Belga, el último ganador de la carrera.
Las duchas siguen siendo un espacio sagrado en la memoria de los más puristas del ciclismo, después de pasar por el infierno los ciclistas encontraban el cielo bajo los chorros de agua de las duchas de Roubaix.